"Los hombres son seres que se curan, guardan de sí mismos, que generan, vivan donde vivan, un espacio parquizado en torno a sí mismos. En parques urbanos, parques nacionales, parques cantonales, parques ecológicos, en todos lados deben los hombres formarse una opinión sobre cómo debe ser regulada su conducta consigo mismos." Peter Sloterdijk, Reglas para el Parque Humano.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Moralización de la clínica o la clínica moralizadora

Preliminares a una ponencia crítica del imperativo terapéutico de la abstinencia.

La propuesta de trabajo aquí planteada es un intento por comprender la llamada clínica de las toxicomanías desde la perspectiva de la dialéctica del amo y el esclavo que intenta entender al toxicómano como un sujeto de deseo. Ahora bien, la dificultad sobreviene cuando la circulación social de una imagen del toxicómano, resorte de una serie de discursos ideológicos fundados en un imperativo de control, empieza a espejearse en el discurso de los propios familiares y toxicómanos que acuden a la consulta para ser tratados. Sin embargo, el asombro que ello podría provocarnos no es tal si abordamos esa imagen del toxicómano como una imagen que vehiculiza un determinado de deseo, que se constituye en amo en tanto apunta a proyectar en el deseo de los otros su propio deseo, negando así la diferencia de la que estos pueden ser portadores al momento de elaborar un motivo de consulta, una demanda. La imagen del toxicómano que circula por los discursos sociales hegemónicos son portadores de un deseo de reconocimiento, que entre otras cosas produce una imagen del consumidor de drogas que es delincuencial y asociada a la concepción de flagelo que se le atribuye al mismo. Cuando el discurso de los familiares y de los propios sujetos de tratamiento quedan alienados al deseo del discurso dominante, el propio deseo de estos parece desaparecido en un discurso que tiende a replicar los cliché imperantes sobre el consumo, asumiendo una actitud moralmente condenatoria respecto de sus propios actos sin ponerlos en cuestión, ahorrándose todo trabajo, intentando agradar al terapeuta con una sospechosa conciencia de enfermedad. Un terapeuta también puede verse aprehendido por una exigencia práctico-terapéutica que es tributaria del imperativo de control, dejándose orientar por un deseo amo que intentar reforzar en el paciente, consagrando su alienación y la negación de su propio deseo, entonces no importa indagar en los motivos que lo llevaron a un estado tal, lo único que importa es alinear su propia voluntad a la del imperativo, pues sólo así la terapia conseguirá su efecto curador y por sobre todo moralizador. El trabajo clínico aquí propuesto apunta a romper la identificación moral del kantismo entre voluntad e imperativo categórico, el paciente se verá obligado a desear su propio deseo, asumiendo una actitud ética en desmedro de una actitud moral. La sospechosa conciencia de enfermedad se vuelve aún más sospechosa por cuanto aparece como un reconocimiento de un deseo ajeno al propio, un deseo transportado bajo la forma ideológica de un a priori que condena el consumo de drogas como pernicioso para la salud corporal, mental y social, un priori que funciona bajo el imperativo categórico de la abstinencia total. Podremos encontrar promociones de conductas similares en las religiones que para la salvación del alma mortifican el propio cuerpo privándolo de los placeres de la carne y el mundo. La abstinencia entonces encuentra un sorprendente encaje con algunas prescripciones del ascetismo.