Nuevamente estamos en la celebración católica de semana santa, donde se conmemora cada año la pasión de cristo, el úngido, el llamada único hijo de dios que según relatan los evangelios murió para salvar al mundo del pecado.
Mi intención es reparar en la crucifixión y su valor simbólico para el cristianismo, desde una interpretación amparada en la teoría psicoanalítica. Cristo, como anteriormente ya fue mencionado, es reconocido como el único y verdadero hijo de dios, también llamado el segundo Adam, es el hombre entre los hombres, el hijo del rey de reyes. El valor por tanto que para el mundo católico tiene la crucifixión es escepcional por cuanto el sacrificado adquiere una significación cultural ligada en primer lugar a la metáfora fálica y en segundo lugar al complejo de castración, esto último como cumplimiento mítico de la amenaza paterna.
La significación fálica refiere al cristo como símbolo fálico que se vuelve tal desde el momento de la crucifixión, que es la instancia mítica de realización de la amenza de castración. Cristo fálico en tanto símbolo que se consuma como tal con su muerte. Ya mencionaba Freud que el falo tiene un valor de representación antes que de realidad real, ello teniendo en consideración la tradición grecorromana que antribuía al mismo la potencia soberana, la virilidad trascendente, mágica o sobrenatural del poder masculino, dice textual " el principio luminoso que no tolera sombras no multiplicidad y mantiene la unidad que eternamente mana del ser". (Diccionario de Psicoanálisis de Laplanche y Pontalis, pp. 137).
Cristo puede ser comprendido entonces como valor fálico para el cristianismo en tanto símbolo de poder y autoridad que es capaz de salir victorioso de la crucifixión, representación cultural de la amenaza de castración. Si el falo tiene poder de acción, es en tanto símbolo que puede mudarse en otros símbolos tales como la cruz, distintivo propio de aquellos que se identifican como miembros de la feligresía católica apostólica romana.
Si bien como símbolo puede el falo mudarse en muchos otros, conserva pese a ello su función como representación de potencia y a veces de omnipotencia.
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