“El “Sí” directo del analizado es multívoco. Puede en efecto indicar que reconoce la construcción oída como correcta, pero también puede carecer de significado, o aún ser lo que podríamos llamar “hipócrita”, pues resulta cómodo para su resistencia seguir escondiendo, mediante tal aquiescencia, la verdad no descubierta”.
Sigmund Freud (1937),
Construcciones en análisis.
La cita nos sirve a revelar una de las principales dificultades en el trabajo con pacientes que presentan consumo problemático de alguna sustancia psicotrópica, y es que no pocos de ellos antes de venir por propia iniciativa son enviados por terceros a tratarse. El motivo de consulta con el que llegan es, antes que una elaboración personal, la elaboración de otro no sujeto directo del tratamiento. En otra comunicación ya aludimos a los problemas que ello trae por cuanto no sólo es una construcción impropia del paciente sino que además en ocasiones está plagada de estereotipos sociales sobre ‘el adicto’ y ‘la droga’. La intención en esta presentación es dar cuenta de cómo los problemas anteriormente señalados en una clínica de este tipo nos pone frente a un juego de espejos donde el analista y el paciente corren el riesgo de reflejar un motivo de consulta que no es el de éste último, sino que el de unos discursos que tienden eludir el problema de fondo que afecta a cada individuo que llega a consultar.
Así como Freud (1937) señala que el ‘sí’ directo del paciente a las construcciones que le transmite el terapeuta puede ser multívoco, nosotros diremos que también lo puede ser respecto de un motivo de consulta elaborado por un tercero sea este un familiar, la pareja, un amigo, un empleador, etc., ello en tanto que puede reconocerlo como correcto ‘pues resulta cómodo para su resistencia seguir escondiendo, mediante tal aquiescencia, la verdad no descubierta’ (Freud, 1937, p. ) Esta verdad no descubierta a la que nosotros forzamos aludir a la cita puede ser por ejemplo las circunstancias particulares en que el consumo de una determinada sustancia se tornó problemático, circunstancias que además pudieran implicar eventos dolorosos que por tales aún permanecen bajo el efecto de la represión, tal es la constatación que hemos podido lograr en el trabajo de construcción biográfica con algunos pacientes alcohólicos.
Si entendemos entonces el motivo de consulta como una eventual resistencia ante la posibilidad de sacar a flote material reprimido, el reconocimiento que el terapeuta pueda hacer de la misma reforzaría aún más la represión. De ahí que consideremos necesario desmontar en estos casos el motivo de consulta con el que viene el paciente, para así generar condiciones que permitan a este elaborar una demanda propia relacionada al consumo u otra temática que le aprobleme. Es este el sentido en el que apuntaba el llamado a la precaución que hacíamos en un principio respecto del juego de espejos a que se podía prestar el reconocimiento o no reconocimiento del motivo de consulta del paciente.
La labor de desmonte del motivo de consulta que realiza el terapeuta creemos tiene que ver con la tarea de colegir los aspectos relacionados con las circunstancias asociadas al consumo de una determinada sustancia y la función que le fue asignada en su momento por el propio paciente. A este respecto Freud (1937) insiste en devolverle la palabra, restituyendo así su subjetividad.
“Todos sabemos que el analizado debe ser movido a recordar algo vivenciado y reprimido por él, y las condiciones dinámicas de este proceso son tan interesantes que la otra pieza del trabajo, la operación del analista, pasa en cambio a un segundo plano.” (Freud, 1937, p.260)
Ahora bien, el desmonte del motivo de consulta conlleva que el paciente cambie su actitud conciente frente a su consumo y con ello también frente al motivo de consulta inicial. Freud en un artículo de 1914 señala que es necesario que el paciente “cobre el coraje de ocupar su atención en los fenómenos de su enfermedad”(p.154), para dejar de considerarla únicamente como algo despreciable y pensar que tras la misma es probable que se aniden dificultades largamente rechazadas a través del consumo. La guerra en este sentido no es contra las drogas ni contra el consumo de las mismas sino contra los mecanismos de represión, desde esta perspectiva seguir sosteniendo un discurso antidrogas como el de algunas instituciones de salud colabora con los mecanismos de represión generado por los individuos y rema en contra de la posibilidad de una auténtica cura.
Freud en el texto recién aludido nos advierte de los riesgos que acarrea generar un cambio de actitud en el individuo, ya que la progresiva superación de las resistencias conjura una serie de conflictos antes inconcientes que demandan ser elaborados. El sólo hecho de volver a experimentarlos resulta suficiente para que el individuo piense en sucumbir ante la seducción de una nueva resistencia, dando un paso atrás en el ‘combate’ contra su propia historia. De hecho no pocos pacientes terminan abandonando el tratamiento por esta misma razón. La resistencia dice así entonces:
“¡Mira lo que resulta de ahí, si yo no intervengo realmente en esas cosas! ¿No he hecho bien en entregarlas a la represión?” (Freud, 1937, p.154)
Lo que resulta de ahí, de la elaboración de un motivo de consulta propio, son conflictos dolorosos y sobre eso promete intervenir la resistencia, ejerciendo aún más represión y moviendo quizá al paciente a reafirmar el motivo de consulta inicial, manteniendo la misma actitud respecto del problema. Hemos visto como algunas instituciones han colaborado con esto situando toda la cuestión en la prohibición y la abstinencia a las drogas, legitimando social y mediáticamente la resistencia a trabajar sobre los conflictos que cada individuo y terapeuta puede presentar al momento de iniciar un tratamiento.
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